miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Otra poética tarde de viernes?


Odio acudir a las presentaciones sin haber leído antes el poemario que se va a recitar. Sé que así también tiene su encanto, pero prefiero crearme expectativas, tener cierta idea de lo que voy a encontrar. Esta vez no pude hacerme a tiempo con un ejemplar de Otra maldita tarde de domingo de Néstor Villazón, así que llegué el viernes al Café Comercial con un gran interrogante que desvelar.
            Los presentadores del acto no pudieron hablar mejor del libro. Pablo Méndez afirmó que “le había parecido especial desde el principio” y apuntó a la tradición de libreros-poetas, como Luis Cernuda y el propio Villazón, que está adquiriendo terreno frente a la ya dilatada de editores-poetas. El escritor Iñaki Echarte Vidarte compartió con el auditorio la intriga que le planteó Villazón cuando le conoció: “¿Quién será este asturiano que ha empezado a trabajar en esta tienda y que mira todo con esos ojos tan abiertos?”. Aludió a los numerosos premios literarios con los que había sido laureado    –lo cual acrecentó mi curiosidad, principalmente porque el autor no excedía de los treinta años–. Y entonces, pasó ya a hablar de la obra, en la que observó momentos “llenos de monotonía, de cafés y, sobre todo, de amor”, donde alternan “poemas desengañados con algunos micropoemas sorprendentes”.

 
            Posteriormente el turno de palabra recayó en el autor: “Para mí es una gran alegría que haya salido esto adelante”. Y, entonces, para corresponder los elogios expresados por sus presentadores, decidió leer un texto de cada uno, a saber, “Mentiras de agenda”, perteneciente al poemario Ana Frank no puede ver la luna de Pablo Méndez, y “El lenguaje de los pájaros”, incluido en Blues y otros cuentos de Iñaki Echarte Vidarte, concluyendo: “quería hacer un mínimo homenaje a ambos por su apoyo”. Y cuando ya le tocaba comentar su libro, advirtió que “hay varios tipos de presentaciones”: aquella en la que el autor con sus simpáticos comentarios se mete al público en el bolsillo; aquella en la que se hace un análisis detallado de las partes en las que se estructura la obra, y aquella en la que se desvela la idea o el hecho que originó cada uno de los poemas. Y entonces añadió: “lo último no voy a hacerlo, y para las otras dos formas no estoy preparado”, lo que arrancó numerosas sonrisas por lo inesperado del comentario. Él prefería leer sus poemas simplemente para que fueran escuchados. Así recitó “Memorias del tiempo presente”, “Lástima”, “A un padre imaginado”, “Poética”, “El trapecista”, “El origen de toda monotonía” “Conclusión para toda monotonía”, y el poema más breve, con el que concluye la obra, sin título. Por aclamación agregó dos más a esta lista: “Desde tu torre”, el único soneto del poemario, y “Hechos”. Y así terminó el acto con la misma sencillez con la que empezó.
            Entre los asistentes se encontraban compañeros de La Casa del Libro y la poeta, paisana de Villazón, Herme García Donis.
            Cuando por fin me fui con mi ejemplar de Otra maldita tarde de domingo y empecé mi particular andadura por sus páginas, mientras el metro avanzaba hacia mi destino –que no estaba precisamente próximo–, sentí que esos poemas me atrapaban, por su naturalidad, su temática tan cercana, por la sorna existente, esperable en estos tiempos donde los que deberían estar velando por el bienestar comunitario parecen creer tomarnos el pelo…
             Llegué a mi parada a la velocidad del rayo y me pregunté si esta vez el tren habría atravesado un túnel del tiempo. Sin embargo, mi reloj contradijo esta hipótesis. Miré de nuevo la portada del libro que llevaba en la mano… Otra maldita tarde de domingo… Pensé, sin duda esta no ha sido otra tarde de viernes, esta ha tenido alma y cuerpo. Pronto acudiré a alguna librería en busca de alguna obra más de este autor y, quién sabe, quizás sea el mismo Villazón quién allí me la proporcione.
            Para que entendáis mi entusiasmo, os dejo este poema tan humano, que tan bien expresa el sentimiento filial y la importancia en nuestras vidas de tener un padre o no tenerlo.

 


A un padre imaginado

 

Cuando olvides un nuevo hijo –y lo harás
piensa que has sido malcriado y detente,
averigua de dónde llega
esa sonrisa que ahora cultivas.
Mantén la templanza en sus primeros años
pues será nuevo y será eterno
mientras dormite entre sueldos y fábricas
de ensueños ve tejiendo, discretamente,
una farsa más, como si nunca hubieras estado ahí,
como si el chico no te conociera.
Desaparece, como si un mago se posara
en el camino de un nuevo comienzo
de la primavera. Y mantén el pulso,
jamás guardes rencor a quien por ti
fiará toda calumnia en tu espejo.
Y aprende de él –cada día sucede
algo repetido que no regresará, y
sincérate, aunque sólo sea por compasión,
muéstrale apoyo y bondad en sus actos.

Crecerá, por lo tanto,
vuelves a desaparecer, que continúe,
y así ignora este camino que te espera
hasta el día en que llegue su poema
a tus manos: es el momento,
ese es tu gran logro: el chico
aprende. Lástima
que yo no te conozca, padre
que no has rodeado mis instintos,
ficción de un lugar que ya ha sido ocupado.
Escucha: no guardo rencor,
guárdamelo tú a mí,
pues este verso no va dirigido
al padre que este hijo hubo de tener
sino a aquel que seré por mi naturaleza
perdida y obligada, sin tu ayuda.
No martirices más a mi conciencia
y sigamos nuestro camino.

Discretamente tuyo
para el olvido.

            Tu hijo imaginado.



                                                                                                                         Helena Suárez

No hay comentarios:

Publicar un comentario