martes, 21 de octubre de 2014

Mito

Era la segunda vez que, gracias a Pablo Méndez, podíamos disfrutar de Jorge Arbeleche en un lugar tan lleno de historia como la Cacharrería, en el Ateneo de Madrid.
Eran las nueve de la noche del 10 de octubre  y la sala fue llenándose de gente de casi todas las edades. En una esquina, discretamente, el autor uruguayo esperaba tranquilo. Su semblante transmitía una serenidad poética que presagiaba la dulzura con la que iba a deleitarnos.
Entre los asistentes, poetas, literatos, periodistas, estudiantes y aficionados. Llenaba la sala gente de la talla de Miguel Galanes, Miguel Osada, Antonio Daganzo, José Luis Fernández Hernán, Alberto Infante, Fernando García Román, Rafael Soler o Patricia Pérez.
Miguel Osada, poeta y director del ciclo de los viernes en la Cacharrería, fue el encargado de abrir el acto en el que se presentaba ‘Mito’, el último libro de este gran autor.
La presentación, a cargo de Miguel Galanes, autor del epílogo del libro y amigo del poeta, definía el libro como “un templo poético”. En su introducción, los asistentes pudimos disfrutar de una lectura parcial del epílogo y compartió, además, recuerdos de ‘Alta Noche’.  Una vez finalizada la presentación, comenzó la fiesta. Jorge Arbeleche se deshizo en agradecimientos y recuerdos de su primera juventud y compartió con los asistentes lo que había supuesto España en su vida y en su obra.
Oír los recuerdos, las anécdotas de la propia boca del autor en el mismo lugar en el que en otro tiempo habían estado autores de la generación del 98, del 14 o del 27, sin micrófonos, sin tecnología, me hizo sentir que presenciaba uno de esos momentos mágicos, irrepetibles.
Lo mejor del acto: escuchar al autor recitar sus versos con una voz dulce y ligera, sin artificios, que rozaba esa parte del alma que sólo la poesía es capaz de acariciar. Así que, desde aquí, mi agradecimiento al Ateneo por mantener la poesía en estado puro. Por acercárnosla y regalarnos momentos únicos como este.






A continuación dejo uno de los vídeos para que podáis disfrutar los que no pudisteis acudir a la presentación de ‘Mito’.


Enma M.


domingo, 9 de marzo de 2014

Oh, siglo veinte, Oh poetas y poetas y poetas

Hay que reconocer que el caso de Pablo Méndez es sorprendente, yo diría que roza la genialidad. Publicar un primer libro de poesía con diecisiete años y con poco más de diecinueve construir, él solo, una editorial como Ediciones Vitruvio, editorial que ya en su número uno contaba con la autoría de una mujer imprescindible en la literatura de entonces y de siempre: Gloria Fuertes, es un caso casi de ciencia-ficción-poética. Pero es que además ya entonces tenía ideas atrevidas, y para dar a conocer aquel libro y la editorial organizó con sus amigos un sonado homenaje a Gloria Fuertes, fue en el Fnac de Madrid, un febrero de 1996 y allí le conocí yo.
            La editorial tenía ya entonces un aire muy valiente, y sus autores de aquellos primeros años eran muy distintos entre sí pero todos interesantes, recuerdo que estaba Ángeles Maeso, Alfonso Gil, José Elgarresta, Salustiano Masó… y entre los jóvenes, Alfonso Berrocal, Sergio Rodríguez, Alfonso Gota… eran poetas que apenas salvaban los veinte años y se pasaban horas y horas hablando de poesía. Yo les seguí mucho aquellos años, luego estuve viviendo en Nápoles y les perdí un poco de vista, pero al volver no tarde en recuperar el contacto.
            Todos eran buenos poetas, sin embargo desde el principio me gustó la poesía de Pablo Méndez y la de Alfonso Berrocal. Berrocal era celestial en aquellos años, todo misterio, filosofía, educación, timidez, su libro Asceta me acompañó durante meses… y Pablo Méndez era distinto, más charlatán, más revoltoso, pero capaz de llegar al centro de cada uno con su poesía y con su forma de ser poeta.
            Pues el pasado viernes, Pablo Méndez presentó el que algunos creemos es su mejor libro, Oh siglo veinte. Se sentó en un taburete, solo precedido de una breve introducción de Antonio Daganzo, y se puso a decir sus poemas con esa ternura, con esa vaga sensación de niño expulsado de no sé cuántos colegios que a él le divierte tanto y que creo yo, tiene más de literatura que de realidad.


Pablo Méndez presentando Oh, siglo veinte

            Oh, siglo veinte es un libro perpetrado como un mapa personal de quien se abre al exterior, después de leerlo te quedas como cuando ves una de esas viejas casas que han sufrido un accidente y se parten por la mitad, puedes ver los muebles, la televisión e incluso la cama… Méndez ha ido tejiendo la red de sus personajes principales para exponer tras ellos todo su mundo poético, un mundo que es muy humano y muy mágico al mismo tiempo. Lleno de narratividad en algunos casos y de concisión y literatura en otros. El poema La madre, con el que abrió el recital, es una maravilla que funciona como una novela: un poema de acción y al final una reflexión terrible sobre el amor más incondicional y gigantesco del mundo: lo digo yo por experiencia: el amor de una madre. En el libro hay poemas largos que cortan el viento y pinceladas irónicas, breves, que nos recuerdan al Pablo Méndez de libros anteriores.
            Y la lectura que hizo me pareció sorprendente. Después de verle tantas veces acompañando a los autores de Vitruvio, muy serio, como muy clásico, encima de una mesa lleno de falsa solemnidad, ayer que le tocaba a él, se sienta en un taburete y nos lee como si estuviera en el bar de una cantina de un instituto leyendo a los amigos que escucharon sus primeros versos, ¿y no es acaso eso el fin más digno de cualquier poeta? lo es cuando el poeta es un hombre sincero que necesita la poesía para vivir y para relacionarse con los demás. Oh, siglo veinte es una llamada al centro mismo de la poesía, la poesía cuando es nostalgia, homenaje, llanto, critica, evasión y nocturnidad, en este libro hay un poeta que alcanza una sorprendente madurez con la compañía de los libros siempre en cada mano.


Pablo Méndez y Antonio Daganzo hablan por teléfono con el mismísimo Antonio Machado

            Por allí estaban autores de peso, Miguel Galanes, Rafael Soler que tiene el don de la ubicuidad, Fernando López Guisado, Alfonso Berrocal, Daniel Benito, Elgarresta, Ramón Hernández, Alberto Infante, Fernández Hernán, Raúl Nieto de la Torre, Antonio Machado Sanz, Álvaro Petit: joven promesa vitruviana, Ana Ares, Paco Moral, Modesto González Lucas, Jesús Ayet, María José Perez Grange, David Minayo, Fernando García Román, Beatriz Villacañas, Hilario Martínez Nebrada, José María Carnero… en fin poetas y poetas y poetas, todos subidos a la pérdida de un siglo, o mejor dicho, a la recuperación de la memoria poética de todo un siglo que se reivindica con felicidad en las voz siempre sugerente de Pablo Méndez.



Nieves González




domingo, 26 de enero de 2014

Más almíbar que ácido

            Sí, sí, sí, encontré trabajo, por eso me he perdido bastantes actos de poesía en los últimos meses, pero una cosa es encontrar trabajo y otra muy distinta perderse una presentación de Rafael Soler, que si tengo que volver a la cola del paro pues vuelvo… la poesía y sus grandes nombres tienen que estar por encima de todo.



                                          
                                           Pablo Méndez, Rafael Soler y Luis Alberto de Cuenca



             El caso es que Rafael Soler lleva en poco menos de cinco años tres libros de poesía muy notables, el primero Maneras de volver, que ha sido todo un éxito nos lo descubrió a muchos como un poeta sobresaliente, el segundo Las cartas que debía, confirmaba las predicciones y este tercero, Ácido almíbar nos lo consagra como una voz necesaria.
            Iniciado ya el acto, Pablo Méndez saludó al respetable (pocos actos de poesía tienen tanto y tan nutrido público) y mostró su contento con la publicación. Miré yo con detenimiento al director de Ediciones Vitruvio porque sé que ha sido padre hace unos días pero no vi grandes ojeras, bostezos, ni otras debilidades de quien tiene un bebé en casa. Y para la presentación otro lujo, Luis Alberto de Cuenca, poeta setentero y cañón, siempre elegante y cuidadoso que sabe presentar un libro como nadie, ni mucho ni poco, breves pinceladas y la voz de la experiencia junto a la de la simpatía.
            Después Rafael Soler nos fue desgranando su ácido almíbar poco a poco como quien sirve un gran plato y quiere que los comensales lo degusten, lo disfruten lenta y pausadamente. No es fácil de explicar la poesía de Rafael Soler, es de esas obras que prefieren la insinuación a la realidad, que dice las cosas como sin nombrarlas, una poesía que deja al lector con la maquinaria a medias para que sea el que lee el que termina y además tiene un gran poder de atracción, es de esos poetas que al terminar un poema estás deseando leer el siguiente, aunque del anterior no hayas entendido nada, yo diría que es un poeta con un gran misterio, con el enigma de la poesía que es un enigma grande, muy muy poderoso. Hay poetas que a una le gustan y no sabe muy bien las razones, son poetas con enigma: es así, Claudio Rodríguez, Carlos Bousoño, Carlos Barral…



Impresionante aspecto de la Asociación de la Prensa 

            Ácido almíbar me parece más intenso y directo que los libros anteriores, quizá Las cartas que debía estaba más en la comunicación con el exterior, y Ácido almíbar es más la conversación con uno mismo, con su pasado, con su familia, con el lado más negro de ir viendo como los otras fallan, o se mueren, o salen del cuadro que a la postre es lo mismo. Maneras de volver era más un viaje de regreso.
            La lectura conmovió al público de una forma tremenda, los aplausos sostuvieron la sala y alguno quiso levantar al poeta como si de un diestro taurino se tratara, no llegó la sangre al libro que diría otro y al acabar se disfrutó de una copilla en un local cercano que se llenó de poetas como algunas noches se llenan de luces y de sombras.
            Por allí estaba Alberto Infante, Javier Lostalé, Diego Doncel, Javier Reverte, Ángel Guinda, José Elgarresta del que me han dicho tiene libro a punto, Alfonso Berrocal, David Morello, Fernando López Guisado, Antonio Daganzo, Hilario Martínez Nebreda, Ramón Hernández, José María Prieto, Miguel Losada, José Cereijo, José Luis Fernández Hernán, David Minayo, Raúl Nieto de la Torre, Eduardo Merino, Francisco García Marquina… en fin… una lista mucho mayor que acompañaron al poeta con devoción.




            Cuando alguien es capaz de llenar un lugar con la poesía como pretexto es que hay detrás un poeta especial pues no está el invierno para ir y aburrirnos a cualquier sitio. Si fueron un éxito Maneras de volver y Las cartas que debía, yo creo que Ácido almíbar será todavía un libro más comentado y leído, hay una flor decadente, femenina y radiante en cada poema de Soler y en este poemario crece.



                                                                                                                            Nieves González