miércoles, 23 de enero de 2013

MALA LETRA PERO VOZ IMPONENTE


MALA LETRA PERO VOZ IMPONENTE
 
            Después de las ajetreadas fiestas navideñas ya apetecía una tarde de sosegado deleite literario. El viernes tuve la oportunidad de escuchar a Domingo F. Faílde, originario de Jaén y residente en Cádiz, que acudió a La Villa con motivo de la presentación de su poemario La mala letra publicado por Ediciones Vitruvio. “Es una tarde hermosa en una ciudad espléndida por la que siento devoción. Siempre que vengo a Madrid, vengo de fiesta, no como un juerguista, sino como aquel que sabe que esta es una ciudad para gozarla y para vivirla”, reconoció. A pesar de que su obra ha sido creada en su mayor parte en Andalucía, no se considera un poeta “del sur”, sino que su poesía está ligada a la generación del 68-70, que vivió la Transición, y “da respuesta a esas inquietudes, pero siempre mirando hacia delante, sin quedarse rezagado en una mirada nostálgica.
            En el acto, Pablo Méndez resaltó su importante labor como crítico literario a la par que como poeta, ámbito donde su último libro se posiciona entre los mejores. En la misma línea, Miguel Galanes, escritor encargado de, a modo de preámbulo, introducir la posterior lectura, asemejó esta obra con el tártaro de los vinos, es decir, el poso que queda al final de la barrica y que, por sus propiedades, solía venderse a parte. Así, afirmó que “la mala letra es como el buen tártaro”. Destacó asimismo el marcado cariz programático que presenta, puesto que en ella Faílde hace reflexión sobre toda su trayectoria literaria, y también el reflejo de la constante búsqueda de perfección y la suprema soledad propias del trabajo poético, a la vez que del compromiso con la propia vida. “Es un libro con el que he disfrutado, pero del que, sobre todo, sigo aprendiendo”, concluyó.
            A su vez, el autor jienense reconoció muchas de las aseveraciones de Galanes y agradeció la perspectiva ofrecida acerca de La mala letra, puesto que “el autor no siempre es consciente de todo lo que narra en su obra”. Y, entonces, compartió con los expectantes asistentes parte de la gestación de sus últimos poemas: “Algunos nacieron a bordo de un tren Alvia, sin saber que esa impronta iba a dar lugar a un libro.” Acerca del título informó de que le puso La mala letra porque se trata de una poesía “en fase terminal”, debido a la edad de su escritor, bromeó: “La poesía es una especie de enfermedad que el poeta quisiera sacudirse, sin éxito.” Y a continuación recitó Epifanía, Billete de ida y vuelta, Entorno a la escritura, Golpe de timón, A modo de inventario, Duda metódica, Planes de Suicidio, Edad, Lluvias y, como bis, Decadencia -cada uno precedido de una breve introducción- con una voz que trasmitía tanta fuerza y veracidad que el público allí convocado,  estremecido, estalló en aplausos en distintas ocasiones.
            Entre el auditorio se encontraban a su vez compañeros en las letras como su esposa Dolors Alberola, cuyo último libro se titula Meteoritos, José Elgarresta, autor del galardonado Escritos de la zona oscura, Javier Rodríguez Magano, joven escritor del que hablan maravillas, el siempre interesante Carlos Guerrero, Fernando Sánchez-Carpio, etc.
           Para finalizar, os dejo con el poema que concluye el libro, a saber, Lluvias. Escrito en imperativo, a modo de exhortación, parece que en ese “tú” el autor se dirige a sí mismo. Sin embargo, quien quiera sentirse aludido, que lo haga; quien no, que al menos disfrute de su hermosura:

Perdónate, concede
reposo a ese caudal que los años incrementaron
y ahora anega, imparable tus orillas,
pues si apenas llovió no atesores las lágrimas,
alivia el cauce y deja
que el río de tu historia se desangre en el mar. 

Dirás que el agua arrastra
sucesos de otra edad, dádivas cenicientas
y que el fracaso, a bordo de todo lo que hiciste,
navega en camarote de lujo hacia el olvido.
 
Dirás que fue tormenta cada pisada tuya
y un huracán esquivo se llevó cada hora,
perdidas, una a una, en la borrasca inútil
que ahora inunda tu vida y arrasa sus andenes.
 
Pero ya nada importa; pues lo perdiste todo
y, desnudo, descalzo, sin un mínimo hatillo,
nada sino tú mismo te queda y eres libre,
sube al mástil más alto del buque que zozobra,
sé la única vela que su rumbo señale
y entrégate a los vientos, a la dulce resaca
de ser tu sombra acaso
y entrégate al colmillo sediento de las olas.
 
No digas que dejaste lo que deja cualquiera.
Dinero, no tuviste ni salud; y, aunque pródigo
fuese el amor en goces y memoria
en un papel dejaste, nada vale lo escrito,
nadie habrá de leer lo que borrado
nació, creció, soñó, yerta higuera maldita,
sin dar un solo fruto.

Ya lo ves, no hay excusas, ningún pretexto sirve.
Perdónate el vacío que anidó entre tus manos
y el yerro de creerte como la noche, inmenso,
como los astros, luminoso y frío,
arrogante y remoto como un pequeño dios.
 
Concédete la paz, huye del paraíso.
Sigue lloviendo, es tarde, tu vida se derrama.
Lo demás, solamente silencio, un paso al frente,
ser dueño de ti mismo,
no ser nada tal vez.


                                                                                                                       Helena Suárez



 
Miguel Galanes, Domingo F. Faílde y Pablo Méndez

 
Domingo F. Faílde firmando en el Libro de honor del Café Comercial

 
Domingo F. Faílde con asistente a su presentación.