miércoles, 27 de febrero de 2013

Descampado en el alma


Cuando uno pasea sus ojos por la portada del libro Sonetos del descampado se extraña y al mismo tiempo se siente atraído por esa imagen. La misma palabra descampado tiene ciertos tintes negativos: uno piensa en un lugar de tierra de nadie,  dejado de la mano de Dios, abandonado y olvidado por el mundo. Sin embargo, el hecho de dedicarle casi sesenta sonetos supone toda una reivindicación de su significado, de su papel dentro de la vida urbana –o suburbana–, de su belleza.  Quizás lo que más llame la atención es que precisamente la forma elegida para expresar esto sea un tipo de composición poética con tanta raigambre en la literatura española como el soneto, mientras que la noción de descampado parece más reciente, colateral con el crecimiento acelerado de las ciudades, pero ¿por qué no? Modesto González Lucas, rompiéndonos los esquemas, nos ofrece un enfoque nuevo sobre el tema y nos demuestra que existen distintas formas de contemplar la realidad que nos circunda y nos invita a mirarla con otros ojos.
 
(Antonio Gómez Ramos, Modesto González Lucas y Pablo Méndez)

A la presentación acudieron, entre otros, los poetas José Luis Nieto y Miguel Cuerdo Mir, y en ella se plantearon diversas cuestiones acerca de este poemario que no deja a nadie indiferente. Pablo Méndez admitió que fue para él un hallazgo: “Lo mejor de mi trabajo es descubrir autores cuya obra no conocía pero que, por otro lado, me encantan”, además compartió su predilección por este tipo de verso: “Uno de los sueños de mi vida es publicar un libro de sonetos, pero es muy difícil”.

En esta ocasión el encargado de presentar el libro fue Antonio Gómez Ramos, profesor titular de la Universidad Carlos III de Madrid. Ciertamente era algo novedoso que no desempeñara esa función un poeta, aunque escuchar la perspectiva de un filósofo resultara sumamente interesante. Nos puso al corriente de esta curiosa circunstancia: “El año pasado Modesto se me acercó después de una clase en la Universidad de Mayores de la Carlos III y me dijo que tenía un libro de poemas, que si lo quería leer y escribir un prólogo. Un profesor siempre se vanagloria de que un alumno publique un libro, pero no es el caso, porque él ya escribía.” Sin embargo, confesó que al leer el título le embargó el escepticismo, porque “descampado es una palabra rara; tiene ese prefijo «des-» que indica negación: ni civilización, ni naturaleza. Es un estar en medio de nada”. A pesar de ello le parecía una idea atractiva: “se debería hacer una filosofía del descampado” afirmó. En ese sentido adujo la célebre sentencia de Nietzsche, que luego retomó Heidegger, «El desierto crece», refiriéndose al incremento del nihilismo en la sociedad, pero también cabe entenderse como un lugar salvaje, no civilizado; como un lugar vacío que aguarda a ser llenado o, sobre todo, un lugar en el que, por su sequedad y temperaturas extremas, solo una clase muy resistente de fauna y vegetación puede sobrevivir. “Lo que crece y no debe crecer nunca es el descampado” resolvió García Ramos. También nos recordó que María Zambrano decía que el Madrid del siglo XIX reflejado en algunas obras de Galdós era «una ciudad plantada en el desierto» y consideró que en cierta manera esa sensación sigue vigente, pues parece que está “en medio de ninguna parte, lejos de todo lo realmente importante”, como declara asimismo en el prólogo. Por ello, pensó en “expresar en un libro de poesía algo que me había preocupado siempre: esa profusión de descampados en las ciudades.”

Sin embargo, también tienen aspectos positivos: por “muy feo que sea para nosotros, a veces es el único contacto que se tiene con la naturaleza. Por poco bonito, también a veces da para pasear...” Desde luego, cumple una función dentro de las urbes que hace que, frente a “los poetas que cantan al mar y los montes, Modesto, que conoce la zona sur de Madrid, cante al descampado”. Pero que la forma elegida para ese canto sea el soneto, como a todos, le resultó “chocante, sobre todo para hablar de algo tan rudo; parece que armonizan más versos quebrados, porque tienen cierta dureza”. Pero el poeta afincado en Leganés demuestra que “el descampado puede tener cierta sensibilidad. También en el descampado avanzan el día, los meses, las estaciones” y, con esta excusa, hace “reflexiones sobre la existencia, el sentido del hombre”. Además, como objeto de su poesía igualmente sitúa a las lomas de la zona, y ahí exhibe “una forma muy bonita de entender las ondulaciones del paisaje, con mucha suavidad.” Pero bajo todos estos versos que nos hablan de luz, de color, de tiempo, de horizonte, también cabe una interpretación política, como manifestó el filósofo: “es un libro de rebelión política; está poniendo al descubierto que van a dejar España hecha un descampado en cuanto a sanidad, educación... como resultado de manipulaciones políticas que no son las mejores. Nos dice en qué sociedad estamos, y qué podemos hacer con ella. No son solo sonetos”, concluyó.
 
(Numeroso público en la presentación de Sonetos del descampado)
 
          Después de tan distintas y variopintas visiones sobre su libro, Modesto González Lucas nos contó de dónde surgió la idea: “En los años 80 escribí en un artículo que Leganés era un descampado y el alcalde se enfadó mucho.” Es decir, que el proyecto del poemario no es reciente, “desde el año 88 llevo escribiéndolos, afinándolos; pero desde entonces el descampado ya casi no existe: hay autovías, centros comerciales, urbanizaciones…” Entonces uno podría dudar de la actualidad del tema, pero el autor sentencia: “eso que antes era un lugar geográfico, ahora está dentro de nosotros”, dando por buenas las observaciones filosóficas que había hecho anteriormente su profesor.

En cuanto a Heidegger, filósofo mencionado anteriormente, declaró no estar de acuerdo con el planteamiento según el cual la existencia auténtica radica en la aceptación de la propia finitud y en la consciencia de que vivir es un camino irremediable hacia la muerte, frente a la existencia inauténtica, en la que uno intenta huir de estas realidades; y afirmó que “lo auténtico no es lo importante, sino lo inauténtico, por lo que tenemos que luchar cada día, tanto en poesía como en política” dando a entender que esa supuesta existencia auténtica de Heidegger equivalía prácticamente a tirar la toalla. “La solución está ahí”, aseveró sacudiéndose todo el pesimismo habido en la filosofía de este autor, pero esta salida –vital, incluso política– no puede tener cabida sin la poesía: “sin ella no seríamos nada, porque nos convierte en algo especial”, nos exhorta a mantenernos despiertos ante lo que sucede dentro y fuera de nosotros.

En el acto, como novedad, fueron los actores Juan Gea y Alberto Closas hijo, amigos del autor, los responsables de la recitación: “nosotros sabemos interpretar un texto, pero leerlo, no tanto”, así que prometieron hacer lo que pudieran; aunque realmente fue un placer escuchar los poemas del autor “Fe de vida”, “La Alambrada del rechazo”, “Anita”, “Lomos de Alcorcón”, “Barrio de San Nicasio”, “Soneto de amor” y “Soneto imperfecto para Pedro Cordero” en boca de estos improvisados rapsodas.

Ante la petición de que fuera el propio poeta el que recitara el último soneto, Modesto González Lucas eligió el que lleva por título “Ángel Olea Tenorio”: “se lo dedico a mi sobrino, porque relata la muerte de su padre”, manifestando a su vez que del libro era uno de los últimos que había escrito:



La dulce plenitud del mediodía
brillaba en la ventana. Silenciosa,
la muerte de morado y rosa
te amansó el corazón en tu agonía.
Un velo de impotencia descendía
por las paredes, agria nebulosa
trasmutada en doliente mariposa
con las alas color melancolía.

Te quedaste en silencio. Sin un grito.
Abierto al paraíso. Apaciguado.
Destilando ternura en los rincones.
La muerte es el final, el infinito,
un horizonte abierto al decampado
en la rueda de nuestros corazones.

 
(Descampado actual en Leganés)
 

            Con este poema me despido, hasta pronto.

Helena Suárez

 

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