Cuando uno pasea sus ojos por la portada del libro Sonetos del descampado se extraña y al
mismo tiempo se siente atraído por esa imagen. La misma palabra descampado
tiene ciertos tintes negativos: uno piensa en un lugar de tierra de nadie, dejado de la mano de Dios, abandonado y
olvidado por el mundo. Sin embargo, el hecho de dedicarle casi sesenta sonetos
supone toda una reivindicación de su significado, de su papel dentro de la vida
urbana –o suburbana–, de su belleza.
Quizás lo que más llame la atención es que precisamente la forma elegida
para expresar esto sea un tipo de composición poética con tanta raigambre en la
literatura española como el soneto, mientras que la noción de descampado parece
más reciente, colateral con el crecimiento acelerado de las ciudades, pero ¿por
qué no? Modesto González Lucas, rompiéndonos los esquemas, nos ofrece un
enfoque nuevo sobre el tema y nos demuestra que existen distintas formas de
contemplar la realidad que nos circunda y nos invita a mirarla con otros ojos.
(Antonio Gómez Ramos, Modesto González Lucas y Pablo Méndez)
A la presentación acudieron, entre otros, los poetas
José Luis Nieto y Miguel Cuerdo Mir, y en ella se plantearon diversas
cuestiones acerca de este poemario que no deja a nadie indiferente. Pablo
Méndez admitió que fue para él un hallazgo: “Lo mejor de mi trabajo es descubrir autores cuya obra no conocía pero
que, por otro lado, me encantan”, además compartió su predilección por este
tipo de verso: “Uno de los sueños de mi
vida es publicar un libro de sonetos, pero es muy difícil”.
En esta ocasión el encargado de presentar el libro fue
Antonio Gómez Ramos, profesor titular de la Universidad Carlos III de Madrid.
Ciertamente era algo novedoso que no desempeñara esa función un poeta, aunque
escuchar la perspectiva de un filósofo resultara sumamente interesante. Nos
puso al corriente de esta curiosa circunstancia: “El año pasado Modesto se me acercó después de una clase en la
Universidad de Mayores de la Carlos III y me dijo que tenía un libro de poemas,
que si lo quería leer y escribir un prólogo. Un profesor siempre se vanagloria
de que un alumno publique un libro, pero no es el caso, porque él ya escribía.”
Sin embargo, confesó que al leer el título le embargó el escepticismo, porque
“descampado es una palabra rara; tiene
ese prefijo «des-» que indica negación: ni civilización, ni naturaleza. Es un
estar en medio de nada”. A pesar de ello le parecía una idea atractiva: “se debería hacer una filosofía del
descampado” afirmó. En ese sentido adujo la célebre sentencia de Nietzsche,
que luego retomó Heidegger, «El desierto
crece», refiriéndose al incremento del nihilismo en la sociedad, pero
también cabe entenderse como un lugar salvaje, no civilizado; como un lugar vacío
que aguarda a ser llenado o, sobre todo, un lugar en el que, por su sequedad y
temperaturas extremas, solo una clase muy resistente de fauna y vegetación
puede sobrevivir. “Lo que crece y no debe
crecer nunca es el descampado” resolvió García Ramos. También nos recordó
que María Zambrano decía que el Madrid del siglo XIX reflejado en algunas obras
de Galdós era «una ciudad plantada en el
desierto» y consideró que en cierta manera esa sensación sigue vigente,
pues parece que está “en medio de ninguna
parte, lejos de todo lo realmente importante”, como declara asimismo en el
prólogo. Por ello, pensó en “expresar en
un libro de poesía algo que me había preocupado siempre: esa profusión de
descampados en las ciudades.”
Sin embargo, también tienen aspectos positivos: por “muy feo que sea para nosotros, a veces es el
único contacto que se tiene con la naturaleza. Por poco bonito, también a veces
da para pasear...” Desde luego, cumple una función dentro de las urbes que
hace que, frente a “los poetas que cantan
al mar y los montes, Modesto, que conoce la zona sur de Madrid, cante al
descampado”. Pero que la forma elegida para ese canto sea el soneto, como a
todos, le resultó “chocante, sobre todo
para hablar de algo tan rudo; parece que armonizan más versos quebrados, porque
tienen cierta dureza”. Pero el poeta afincado en Leganés demuestra que “el descampado puede tener cierta
sensibilidad. También en el descampado avanzan el día, los meses, las
estaciones” y, con esta excusa, hace “reflexiones
sobre la existencia, el sentido del hombre”. Además, como objeto de su
poesía igualmente sitúa a las lomas de la zona, y ahí exhibe “una forma muy bonita de entender las
ondulaciones del paisaje, con mucha suavidad.” Pero bajo todos estos versos
que nos hablan de luz, de color, de tiempo, de horizonte, también cabe una
interpretación política, como manifestó el filósofo: “es un libro de rebelión política; está poniendo al descubierto que van
a dejar España hecha un descampado en cuanto a sanidad, educación... como
resultado de manipulaciones políticas que no son las mejores. Nos dice en qué
sociedad estamos, y qué podemos hacer con ella. No son solo sonetos”,
concluyó.
(Numeroso público en la presentación de Sonetos del descampado)
Después de tan distintas y variopintas visiones sobre
su libro, Modesto González Lucas nos contó de dónde surgió la idea: “En los años 80 escribí en un artículo que
Leganés era un descampado y el alcalde se enfadó mucho.” Es decir, que el
proyecto del poemario no es reciente, “desde
el año 88 llevo escribiéndolos, afinándolos; pero desde entonces el descampado
ya casi no existe: hay autovías, centros comerciales, urbanizaciones…”
Entonces uno podría dudar de la actualidad del tema, pero el autor sentencia: “eso que antes era un lugar geográfico, ahora
está dentro de nosotros”, dando por buenas las observaciones filosóficas
que había hecho anteriormente su profesor.
En cuanto a Heidegger, filósofo mencionado
anteriormente, declaró no estar de acuerdo con el planteamiento según el cual
la existencia auténtica radica en la aceptación de la propia finitud y en la
consciencia de que vivir es un camino irremediable hacia la muerte, frente a la
existencia inauténtica, en la que uno intenta huir de estas realidades; y
afirmó que “lo auténtico no es lo
importante, sino lo inauténtico, por lo que tenemos que luchar cada día, tanto
en poesía como en política” dando a entender que esa supuesta existencia auténtica de Heidegger equivalía
prácticamente a tirar la toalla. “La
solución está ahí”, aseveró sacudiéndose todo el pesimismo habido en la
filosofía de este autor, pero esta salida –vital, incluso política– no puede
tener cabida sin la poesía: “sin ella no
seríamos nada, porque nos convierte en algo especial”, nos exhorta a
mantenernos despiertos ante lo que sucede dentro y fuera de nosotros.
En el acto, como novedad, fueron los actores Juan Gea
y Alberto Closas hijo, amigos del autor, los responsables de la recitación: “nosotros sabemos interpretar un texto, pero
leerlo, no tanto”, así que prometieron hacer lo que pudieran; aunque
realmente fue un placer escuchar los poemas del autor “Fe de vida”, “La Alambrada
del rechazo”, “Anita”, “Lomos de Alcorcón”, “Barrio de San Nicasio”, “Soneto de amor” y “Soneto imperfecto para Pedro Cordero” en boca de estos improvisados
rapsodas.
Ante la petición de que fuera el propio poeta el que
recitara el último soneto, Modesto González Lucas eligió el que lleva por
título “Ángel Olea Tenorio”: “se lo dedico a mi sobrino, porque relata la
muerte de su padre”, manifestando a su vez que del libro era uno de los
últimos que había escrito:
La dulce plenitud del mediodía
brillaba en la ventana. Silenciosa,
la muerte de morado y rosa
te amansó el corazón en tu agonía.
Un velo de impotencia descendía
por las paredes, agria nebulosa
trasmutada en doliente mariposa
con las alas color melancolía.
Te quedaste en silencio. Sin un grito.
Abierto al paraíso. Apaciguado.
Destilando ternura en los rincones.
La muerte es el final, el infinito,
un horizonte abierto al decampado
en la rueda de nuestros corazones.
(Descampado actual en Leganés)
Con este poema me
despido, hasta pronto.
Helena Suárez
Un muy buen artículo. Enhorabuena.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, Carlos. Agradecida.
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