miércoles, 27 de febrero de 2013

Descampado en el alma


Cuando uno pasea sus ojos por la portada del libro Sonetos del descampado se extraña y al mismo tiempo se siente atraído por esa imagen. La misma palabra descampado tiene ciertos tintes negativos: uno piensa en un lugar de tierra de nadie,  dejado de la mano de Dios, abandonado y olvidado por el mundo. Sin embargo, el hecho de dedicarle casi sesenta sonetos supone toda una reivindicación de su significado, de su papel dentro de la vida urbana –o suburbana–, de su belleza.  Quizás lo que más llame la atención es que precisamente la forma elegida para expresar esto sea un tipo de composición poética con tanta raigambre en la literatura española como el soneto, mientras que la noción de descampado parece más reciente, colateral con el crecimiento acelerado de las ciudades, pero ¿por qué no? Modesto González Lucas, rompiéndonos los esquemas, nos ofrece un enfoque nuevo sobre el tema y nos demuestra que existen distintas formas de contemplar la realidad que nos circunda y nos invita a mirarla con otros ojos.
 
(Antonio Gómez Ramos, Modesto González Lucas y Pablo Méndez)

A la presentación acudieron, entre otros, los poetas José Luis Nieto y Miguel Cuerdo Mir, y en ella se plantearon diversas cuestiones acerca de este poemario que no deja a nadie indiferente. Pablo Méndez admitió que fue para él un hallazgo: “Lo mejor de mi trabajo es descubrir autores cuya obra no conocía pero que, por otro lado, me encantan”, además compartió su predilección por este tipo de verso: “Uno de los sueños de mi vida es publicar un libro de sonetos, pero es muy difícil”.

En esta ocasión el encargado de presentar el libro fue Antonio Gómez Ramos, profesor titular de la Universidad Carlos III de Madrid. Ciertamente era algo novedoso que no desempeñara esa función un poeta, aunque escuchar la perspectiva de un filósofo resultara sumamente interesante. Nos puso al corriente de esta curiosa circunstancia: “El año pasado Modesto se me acercó después de una clase en la Universidad de Mayores de la Carlos III y me dijo que tenía un libro de poemas, que si lo quería leer y escribir un prólogo. Un profesor siempre se vanagloria de que un alumno publique un libro, pero no es el caso, porque él ya escribía.” Sin embargo, confesó que al leer el título le embargó el escepticismo, porque “descampado es una palabra rara; tiene ese prefijo «des-» que indica negación: ni civilización, ni naturaleza. Es un estar en medio de nada”. A pesar de ello le parecía una idea atractiva: “se debería hacer una filosofía del descampado” afirmó. En ese sentido adujo la célebre sentencia de Nietzsche, que luego retomó Heidegger, «El desierto crece», refiriéndose al incremento del nihilismo en la sociedad, pero también cabe entenderse como un lugar salvaje, no civilizado; como un lugar vacío que aguarda a ser llenado o, sobre todo, un lugar en el que, por su sequedad y temperaturas extremas, solo una clase muy resistente de fauna y vegetación puede sobrevivir. “Lo que crece y no debe crecer nunca es el descampado” resolvió García Ramos. También nos recordó que María Zambrano decía que el Madrid del siglo XIX reflejado en algunas obras de Galdós era «una ciudad plantada en el desierto» y consideró que en cierta manera esa sensación sigue vigente, pues parece que está “en medio de ninguna parte, lejos de todo lo realmente importante”, como declara asimismo en el prólogo. Por ello, pensó en “expresar en un libro de poesía algo que me había preocupado siempre: esa profusión de descampados en las ciudades.”

Sin embargo, también tienen aspectos positivos: por “muy feo que sea para nosotros, a veces es el único contacto que se tiene con la naturaleza. Por poco bonito, también a veces da para pasear...” Desde luego, cumple una función dentro de las urbes que hace que, frente a “los poetas que cantan al mar y los montes, Modesto, que conoce la zona sur de Madrid, cante al descampado”. Pero que la forma elegida para ese canto sea el soneto, como a todos, le resultó “chocante, sobre todo para hablar de algo tan rudo; parece que armonizan más versos quebrados, porque tienen cierta dureza”. Pero el poeta afincado en Leganés demuestra que “el descampado puede tener cierta sensibilidad. También en el descampado avanzan el día, los meses, las estaciones” y, con esta excusa, hace “reflexiones sobre la existencia, el sentido del hombre”. Además, como objeto de su poesía igualmente sitúa a las lomas de la zona, y ahí exhibe “una forma muy bonita de entender las ondulaciones del paisaje, con mucha suavidad.” Pero bajo todos estos versos que nos hablan de luz, de color, de tiempo, de horizonte, también cabe una interpretación política, como manifestó el filósofo: “es un libro de rebelión política; está poniendo al descubierto que van a dejar España hecha un descampado en cuanto a sanidad, educación... como resultado de manipulaciones políticas que no son las mejores. Nos dice en qué sociedad estamos, y qué podemos hacer con ella. No son solo sonetos”, concluyó.
 
(Numeroso público en la presentación de Sonetos del descampado)
 
          Después de tan distintas y variopintas visiones sobre su libro, Modesto González Lucas nos contó de dónde surgió la idea: “En los años 80 escribí en un artículo que Leganés era un descampado y el alcalde se enfadó mucho.” Es decir, que el proyecto del poemario no es reciente, “desde el año 88 llevo escribiéndolos, afinándolos; pero desde entonces el descampado ya casi no existe: hay autovías, centros comerciales, urbanizaciones…” Entonces uno podría dudar de la actualidad del tema, pero el autor sentencia: “eso que antes era un lugar geográfico, ahora está dentro de nosotros”, dando por buenas las observaciones filosóficas que había hecho anteriormente su profesor.

En cuanto a Heidegger, filósofo mencionado anteriormente, declaró no estar de acuerdo con el planteamiento según el cual la existencia auténtica radica en la aceptación de la propia finitud y en la consciencia de que vivir es un camino irremediable hacia la muerte, frente a la existencia inauténtica, en la que uno intenta huir de estas realidades; y afirmó que “lo auténtico no es lo importante, sino lo inauténtico, por lo que tenemos que luchar cada día, tanto en poesía como en política” dando a entender que esa supuesta existencia auténtica de Heidegger equivalía prácticamente a tirar la toalla. “La solución está ahí”, aseveró sacudiéndose todo el pesimismo habido en la filosofía de este autor, pero esta salida –vital, incluso política– no puede tener cabida sin la poesía: “sin ella no seríamos nada, porque nos convierte en algo especial”, nos exhorta a mantenernos despiertos ante lo que sucede dentro y fuera de nosotros.

En el acto, como novedad, fueron los actores Juan Gea y Alberto Closas hijo, amigos del autor, los responsables de la recitación: “nosotros sabemos interpretar un texto, pero leerlo, no tanto”, así que prometieron hacer lo que pudieran; aunque realmente fue un placer escuchar los poemas del autor “Fe de vida”, “La Alambrada del rechazo”, “Anita”, “Lomos de Alcorcón”, “Barrio de San Nicasio”, “Soneto de amor” y “Soneto imperfecto para Pedro Cordero” en boca de estos improvisados rapsodas.

Ante la petición de que fuera el propio poeta el que recitara el último soneto, Modesto González Lucas eligió el que lleva por título “Ángel Olea Tenorio”: “se lo dedico a mi sobrino, porque relata la muerte de su padre”, manifestando a su vez que del libro era uno de los últimos que había escrito:



La dulce plenitud del mediodía
brillaba en la ventana. Silenciosa,
la muerte de morado y rosa
te amansó el corazón en tu agonía.
Un velo de impotencia descendía
por las paredes, agria nebulosa
trasmutada en doliente mariposa
con las alas color melancolía.

Te quedaste en silencio. Sin un grito.
Abierto al paraíso. Apaciguado.
Destilando ternura en los rincones.
La muerte es el final, el infinito,
un horizonte abierto al decampado
en la rueda de nuestros corazones.

 
(Descampado actual en Leganés)
 

            Con este poema me despido, hasta pronto.

Helena Suárez

 

miércoles, 13 de febrero de 2013

De moda nunca pasa la poesía de amor y desengaño


 
            Al llegar el viernes al Comercial y ver una muchedumbre adolescente, no se me hizo difícil adivinar que el autor se dedicaba a la enseñanza. Sin embargo, la franja de edad del público abarcaba desde la infancia a la senectud, y no faltaban afamados poetas de la talla de Paco Moral y Eduardo Merino, jóvenes promesas como Javier García Magano o, incuso, el novelista Vitaliano de la Cruz, conocido por su obra Cartas de amor a mi madre.
 


           Cuando todo estaba listo ya para empezar, Pablo Méndez nos comunicó las circunstancias en que conoció a este profesor segoviano que presentaba entonces su primer poemario: “Me habló un amigo, Vitaliano de Cruz, de un poeta de su colegio que escribía con mucha intensidad; y, en efecto, hay una gran fuerza en su expresión del tema poético y amoroso.” Y añadió acerca de la colección Covarrubias en la que salía publicado Levantas los párpados y amanece que “es diferente y muy joven.”
 
           La poeta Ana Ares, que presentó hace escasas semanas su esperadísimo 55 minutos, fue la encargada de acompañar al autor en su tarde de estreno: “Es un placer estar de nuevo en el Café Comercial”; y dirigiéndose a Torrego, agradeció el haberla “elegido como madrina, aunque no sepa bien el porqué.” Y comenzó sus impresiones acerca de la obra: “Este no va a ser un estudio sesudo y profundo, porque no estoy capacitada para dar más que una opinión personal. Como aviso a navegantes diré que el libro es un libro de amor.” La escritora señaló el decir de algunos acerca de que la poesía de amor no esté de moda; ella, por el contrario, considera que cercenar el amor de la literatura supondría un flaco favor para esta y terminaría prácticamente por aniquilarla, pues “es un tema del que todos tenemos experiencia, un tema en el que cualquiera puede sumergirse sin miedo a perderse”. Otros, en cambio, van más lejos y afirman que no les gusta la poesía, “pero quizás un día probando, conecten con el poeta y se realice el milagro: así habrán llegado a la poesía por el poeta.”
          En cuanto a la forma, en el texto hallamos “construcciones sencillas, palpables, cercanas, como piezas de lego con el que podemos jugar todos”. De hecho, está escrito “con la ingenuidad de un niño que hubiera descubierto la palabra”. Posee “varios registros y referencias a muchos clásicos, incluso a alguno del s. XV”. Su lectura “no es difícil ni requiere de una concentración especial, sino que trata a su lector de forma amable”, además, “son poemas para leer sin prisa, para regalarle los momentos del día en que ya no se quiere hacer nada”. En este sentido, la autora nos brinda esta sugerencia: “dejarlo en la mesilla, dedicarle diez minutos de la noche y dormirse meditando el pensamiento del autor.”
            El poemario cubre el espacio de dos décadas, así que “hemos visto cómo el amor nacía, crecía y se hacía mayor hasta convivir con la libertad”. La valenciana ve el conjunto de la obra como un mosaico donde “cada poema es una tesela”.
            Cuando Ana Ares terminó su discurso, nuestro autor José Luis Torrego le correspondió con un poema escrito ad hoc para la ocasión, y admitió que era una de esas “personas que tenemos algo de extraviadas de otro siglo”. Asimismo declaró con relación al verso «¿Soy clásico o romántico? No sé.» de Antonio Machado -a quien está dedicado ese rincón del Café Comercial-, que “se debe ser ambos, como el negro y el blanco son opuestos y son ajedrez”. Entonces aprovechó para dar las gracias “a Pablo por sacarme del mundo de los inéditos”; y comenzó la recitación de sus poemas, entre ellos, uno de amor adolescente y de los primeros besos “El beso de Sylvie”, y otro algo triste “Ella ha muerto”, donde narra el final de una relación. También tuvimos la ocasión de escuchar versos alternados entre las voces del autor y la presentadora, y la intervención de Severino, un amigo que salió de entre el público para, tras afirmar a propósito del acto que tenía una “fe machadiana en la palabra como esencial en el tiempo”, deleitarnos con la lectura del poema “Laberintos que somos” escogido porque, según él, “el sentimiento que contiene va revestido de unas imágenes muy delicadas”.
     Tras esto, Torrego anunció un “cambio de tercio” y nos indicó que el suyo era “un libro de muchas conclusiones, como la reivindicación del yo y, en definitiva, el hacer las paces con la vida”; así, compartió con nosotros “Mi libertad”, que es toda una declaración de principios. Después, aludió a ese momento en que uno se pregunta si está enamorado, y resolvió: “Si sientes esto, yo creo que sí” señalando a su poema “Hoy he encontrado el destino”. Para terminar advirtió que, de la misma manera que el primer poema en ser leído había sido el primero del libro, “el último es el último”, a saber, “Cuando te vas de mi alma”; “adoro este poema”, confesó. Sin embargo, no fue realmente el postrero, sino que hubo un bis: “Adioses para el triste” que, en palabras del autor, está “dedicado a la persona que ha compartido conmigo más tiempo de mi infancia: mi bisabuelo Feliciano”.
 
 
           Como colofón al acto, se despidió del público asistente: “Será muy bonito encontraros aquí otra tarde de poesía”. En efecto, esperemos coincidir nuevamente y que este, su primer poemario, no sea el único. De momento os dejo este soneto como muestra de la desenvoltura con la que se mueve en el estilo clásico.
¿Qué pretendéis de mí, oh mi señora?
                                   ¿Queréisme indómito guerrero altivo
                                    que muere bravo y nadie atrapa vivo
                                   o caballero a vos leal a toda hora?
                                  ¿Queréisme dócil bridón que os adora
                                  o garañón llanero al lazo esquivo?
                                 ¿Dejándome alma y ser cuando os escribo
                                 o desdeñando ingrato a quien le implora?
                                 Pues si visitara siempre vuestra ara
                                y me extasiara sólo en vuestros ojos
                                temo vuestro hastío me gritara “¡para!”
                                y anhelase otro objeto vuestro antojo.
                               ¿Qué diríais si tan manso me entregara?
                               Quizá que no podéis amar a un flojo.

 

Helena Suárez

miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Otra poética tarde de viernes?


Odio acudir a las presentaciones sin haber leído antes el poemario que se va a recitar. Sé que así también tiene su encanto, pero prefiero crearme expectativas, tener cierta idea de lo que voy a encontrar. Esta vez no pude hacerme a tiempo con un ejemplar de Otra maldita tarde de domingo de Néstor Villazón, así que llegué el viernes al Café Comercial con un gran interrogante que desvelar.
            Los presentadores del acto no pudieron hablar mejor del libro. Pablo Méndez afirmó que “le había parecido especial desde el principio” y apuntó a la tradición de libreros-poetas, como Luis Cernuda y el propio Villazón, que está adquiriendo terreno frente a la ya dilatada de editores-poetas. El escritor Iñaki Echarte Vidarte compartió con el auditorio la intriga que le planteó Villazón cuando le conoció: “¿Quién será este asturiano que ha empezado a trabajar en esta tienda y que mira todo con esos ojos tan abiertos?”. Aludió a los numerosos premios literarios con los que había sido laureado    –lo cual acrecentó mi curiosidad, principalmente porque el autor no excedía de los treinta años–. Y entonces, pasó ya a hablar de la obra, en la que observó momentos “llenos de monotonía, de cafés y, sobre todo, de amor”, donde alternan “poemas desengañados con algunos micropoemas sorprendentes”.

 
            Posteriormente el turno de palabra recayó en el autor: “Para mí es una gran alegría que haya salido esto adelante”. Y, entonces, para corresponder los elogios expresados por sus presentadores, decidió leer un texto de cada uno, a saber, “Mentiras de agenda”, perteneciente al poemario Ana Frank no puede ver la luna de Pablo Méndez, y “El lenguaje de los pájaros”, incluido en Blues y otros cuentos de Iñaki Echarte Vidarte, concluyendo: “quería hacer un mínimo homenaje a ambos por su apoyo”. Y cuando ya le tocaba comentar su libro, advirtió que “hay varios tipos de presentaciones”: aquella en la que el autor con sus simpáticos comentarios se mete al público en el bolsillo; aquella en la que se hace un análisis detallado de las partes en las que se estructura la obra, y aquella en la que se desvela la idea o el hecho que originó cada uno de los poemas. Y entonces añadió: “lo último no voy a hacerlo, y para las otras dos formas no estoy preparado”, lo que arrancó numerosas sonrisas por lo inesperado del comentario. Él prefería leer sus poemas simplemente para que fueran escuchados. Así recitó “Memorias del tiempo presente”, “Lástima”, “A un padre imaginado”, “Poética”, “El trapecista”, “El origen de toda monotonía” “Conclusión para toda monotonía”, y el poema más breve, con el que concluye la obra, sin título. Por aclamación agregó dos más a esta lista: “Desde tu torre”, el único soneto del poemario, y “Hechos”. Y así terminó el acto con la misma sencillez con la que empezó.
            Entre los asistentes se encontraban compañeros de La Casa del Libro y la poeta, paisana de Villazón, Herme García Donis.
            Cuando por fin me fui con mi ejemplar de Otra maldita tarde de domingo y empecé mi particular andadura por sus páginas, mientras el metro avanzaba hacia mi destino –que no estaba precisamente próximo–, sentí que esos poemas me atrapaban, por su naturalidad, su temática tan cercana, por la sorna existente, esperable en estos tiempos donde los que deberían estar velando por el bienestar comunitario parecen creer tomarnos el pelo…
             Llegué a mi parada a la velocidad del rayo y me pregunté si esta vez el tren habría atravesado un túnel del tiempo. Sin embargo, mi reloj contradijo esta hipótesis. Miré de nuevo la portada del libro que llevaba en la mano… Otra maldita tarde de domingo… Pensé, sin duda esta no ha sido otra tarde de viernes, esta ha tenido alma y cuerpo. Pronto acudiré a alguna librería en busca de alguna obra más de este autor y, quién sabe, quizás sea el mismo Villazón quién allí me la proporcione.
            Para que entendáis mi entusiasmo, os dejo este poema tan humano, que tan bien expresa el sentimiento filial y la importancia en nuestras vidas de tener un padre o no tenerlo.

 


A un padre imaginado

 

Cuando olvides un nuevo hijo –y lo harás
piensa que has sido malcriado y detente,
averigua de dónde llega
esa sonrisa que ahora cultivas.
Mantén la templanza en sus primeros años
pues será nuevo y será eterno
mientras dormite entre sueldos y fábricas
de ensueños ve tejiendo, discretamente,
una farsa más, como si nunca hubieras estado ahí,
como si el chico no te conociera.
Desaparece, como si un mago se posara
en el camino de un nuevo comienzo
de la primavera. Y mantén el pulso,
jamás guardes rencor a quien por ti
fiará toda calumnia en tu espejo.
Y aprende de él –cada día sucede
algo repetido que no regresará, y
sincérate, aunque sólo sea por compasión,
muéstrale apoyo y bondad en sus actos.

Crecerá, por lo tanto,
vuelves a desaparecer, que continúe,
y así ignora este camino que te espera
hasta el día en que llegue su poema
a tus manos: es el momento,
ese es tu gran logro: el chico
aprende. Lástima
que yo no te conozca, padre
que no has rodeado mis instintos,
ficción de un lugar que ya ha sido ocupado.
Escucha: no guardo rencor,
guárdamelo tú a mí,
pues este verso no va dirigido
al padre que este hijo hubo de tener
sino a aquel que seré por mi naturaleza
perdida y obligada, sin tu ayuda.
No martirices más a mi conciencia
y sigamos nuestro camino.

Discretamente tuyo
para el olvido.

            Tu hijo imaginado.



                                                                                                                         Helena Suárez

viernes, 1 de febrero de 2013

Feroces de pensamiento… muy feroces


En esta ocasión nuestra aventura poética ha transcurrido en un marco distinto, con motivo de la reapertura de la mítica librería madrileña Fuentetaja en la calle San Bernardo nº 35. Yo no tuve oportunidad de conocerla en su anterior andadura, pero el actual establecimiento mantiene lo histórico del edificio y a su vez goza de un aire moderno y minimalista, con la idea de que sea, más que una librería al uso donde adquirir ejemplares, también un lugar agradable para disfrutar y compartir la lectura, tomar café, y asistir a actos culturales.  Así, el sótano del local, antigua bodega, sirvió el pasado viernes como escenario a la presentación del segundo poemario de Javier Cristóbal, a saber, “Feroces de pensamiento”.
            Pablo Méndez declaró a propósito de la reinauguración que “esta librería tiene que estar abierta porque es un sitio mágico”, recordando que la escritora Emilia Pardo Bazán tuvo su casa en el inmueble, y sobre Javier Cristóbal que el libro iba a lograr situarlo entre los poetas contemporáneos importantes.
            El resto del acto transcurrió en un formato más de entrevista radiofónica que realmente de presentación. Por supuesto se habló del libro, pero se eliminó ese aire solemne y elevado que suelen tener, a cambio de uno más fresco y vivo, espontáneo, sin que ello redundara en detrimento de la calidad poética; todo lo contrario, el evento estuvo plagado de momentos literarios exquisitos. El peso del discurso recaía a medias entre el presentador Miguel Velayos y el autor, con breves intervenciones de cómplices habidos entre el público.
           Os voy a invitar a acercaros a Feroces de pensamiento” comenzó Velayos. Javier Cristóbal se apresuró a aclarar las posibles malinterpretaciones que este título podría generar: “Pretende ser una propuesta, pero no de violencia. La ferocidad es una cualidad de las personas: no se pueden hacer cosas feroces, sino solo ser feroz haciendo cosas.” “Y esta ferocidad va avanzando a lo largo del libro”, comentó Velayos a propósito del poema Irrealidades que hace alusión a unos versos de Rilke: «porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible». “En todo proceso hay una ferocidad y una pérdida,” explicó nuestro poeta, “lo bello hay que ganárselo. La belleza es una conquista constante, y la soledad es una consecuencia directa de esta ferocidad.
Además Velayos advirtió que en el poemario surgen distintos “personajes feroces: el sonámbulo, el extranjero, el heroinómano… personajes marginales”, en definitiva. “Marginal es un término ambiguo”, matizó Cristóbal, pues lo que busca es “transitar en los márgenes para construir el propio espacio feroz.” Pero ¿en qué sentido es necesario construir un espacio feroz? Hizo ver que frente al dinero, que es la “ideología dominante”, nosotros tenemos que recuperar la palabra, “porque ya no es nuestra”. Somos nosotros los que tenemos que construir el sentido, y esto solo es posible mediante el lenguaje.
Al respecto recordó una frase de José Ángel Valente: «En la poesía lo primero es crear y lo segundo comunicar». Por ello, “se trata de indagar, escaparme de los espacios dominantes, crear mi propio espacio y hacer revolución. La revolución no es solo una cuestión política, sino de toda la vida: consiste en repensar todas las relaciones,” y esto es imposible sin la palabra, porque lenguaje y pensamiento van unidos. Así, considera que solo a través de esta capacidad logramos “ferocidad y un grito propio”. Y desde su obra procura “invitar a que la gente cree su propio mundo, porque la existencia es solo una”.
A propósito de la cita de Valente, Velayos quiso aportar otra que mantenía también esta idea: «la poesía es caer en la cuenta». “Sí,” apuntó Cristóbal, “Valente decía que «el arte, la poesía no alojan solo el sentido, sino que alojan la totalidad del despertar»”, y entendida de esa forma, “la poesía nunca es una palabra pragmática, sino que en sí misma posee todo el sentido. Por lo tanto, me considero un poeta que pretende hacer una revolución holística”, admitió.
Velayos, además, reparó en la “ironía salvadora” que se percibe en muchos poemas que “van en la línea de desdramatizar, de jugar”. “La poesía es como un juego,” afirmó Cristóbal, mostrándose de acuerdo, “y es que el juego es lo más importante de todo. Yo escribo porque me gusta jugar con las palabras.” De esta suerte, “quiero desterrar la idea de que «la poesía es cursi», porque la poesía puede ser un ámbito totalmente feroz.
De otra parte, “el libro es un diálogo con una infinidad de autores, no solo escritores, sino también músicos, filósofos…”, declaró Velayos. “El poeta no debe vivir en una biblioteca,” se explicó el Cristóbal, “sino que escribe viviendo. El poeta vive y luego transcribe esos momentos.” De esta forma justificó sus numerosas influencias interdisciplinares y añadió: “una de las cosas más feroces es una guitarra eléctrica. De hecho, si Nietzsche estuviera vivo, seguro que le gustaría la música electrónica.” Tras la mención del filósofo, aprovechó para comunicar otra de las ideas que deambulan por el libro: “La historia de la humanidad es una domesticación del pensamiento. Las diferentes formas de violencia no esconden sino un pensamiento domesticado; pero yo creo en lo contrario: ser feroz de una manera ni violenta ni domesticada.
Sin embargo, “el libro está plagado de ternura, por ejemplo, el poema Domingo; la ternura, el amor… ¿pueden ser un momento feroz?” cuestionó Velayos. Cristóbal, por su parte, consideró que sí es posible: “la ternura es cuando uno se desarma y en ese momento es cuando es más feroz.” También arguyó Velayos cierta “línea anticonstitucional”, a saber, la “necesidad de crear otros espacios y romper con algunas instituciones, así como de convencer a los jóvenes de que no se dejen llevar por el miedo” “…y de la necesidad de ser desobediente”, agregó Cristóbal, “sin desobediencia no somos nada. Quien no desobedece, solo reproduce. De hecho, el propio momento de escribir es una desobediencia.” Igualmente mostró interés por desterrar el “mito de la madurez”, porque “muchas veces consiste en una connivencia con lo establecido. Uno no puede conformarse, ni perder la energía transformadora del universo. No perder el asombro, ni el entusiasmo, perder el telón de la cotidianidad, ver las cosas de otro modo.” En efecto, Miguel Velayos aseveró que “la vida y la esperanza se abre paso pese a todo” y que en Feroces de pensamientoveo mucha vitalidad.
Para finalizar el acto el autor expresó su deseo de que “el libro ande y se defienda solo y mis poemas se hagan mayores, conozcan gente y conozcan mundo.
Entre los asistentes se encontraban alumnos y compañeros de Integración Social, y también escritores como el gran poeta Alberto Infante y Daniel Romero, del que ya muchos esperan su primer libro.
            No quiero terminar mi entrada sin añadir un poema que refleje lo que significa esta ferocidad. Yo me inclino por el lado de la ternura, del que rebosa “Nocturno”. ¡Que lo disfrutéis!

 

            No importa que algún día me arrepienta
¿qué es eso de vivir con tal prudencia
que ni sentir me deje esta ternura
por miedo a sucumbir en tu mirada?

Tú no eres mía y yo te quiero
ajena a los planetas que te llaman
dormida entre mis lunas, soñadora
de barcos de papel y de galaxias
tumbada en tus cabellos,
como un hada
que sabe los secretos y descansa

Así que no te extrañe si despiertas
desnuda y deliciosa en la mañana
y sientes que hace un rato que te observo:
No es dado al ser humano con frecuencia
seguir en su letargo a la belleza.
 



           
 
             Nos vemos en la siguiente presentación.

Helena Suárez