domingo, 31 de marzo de 2013

Lo que lluviosa la noche quiso contar


            La última presentación a la que asistí tuvo lugar en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, situada en la calle Leganitos nº 10 y fundada en 1871. Fue el pasado jueves 7 de mayo, -día lluvioso donde los haya- y se trataba del último poemario de la escritora María Juristo, es decir, Cuanto dijo la noche.

            Como introducción, Pablo Méndez contó una anécdota que le sucedió con el presentador José López Martínez: “Un día, que llovía como hoy, le tuve que obligar a llevarse un paraguas cuando salía de la editorial, porque no quería y en ese momento tampoco llovía demasiado; hizo bien en hacerme caso, porque en cuanto salió del portal calló una tromba de agua. Fue él quien me presentó a María Juristo, una autora con una voz distinta, original, que escribe una poesía no fácil, pero sí muy honda,” señaló.

A su vez, López Martínez dijo sobre la poeta que gozaba de “una madurez asentada sobre sus propias vivencias pues, como expresa Goethe, «la vida tiene siempre recodos imprevisibles»” que, por supuesto, influyen en la poesía de Juristo. También nos anunció que veía en su literatura un “fortalecimiento creativo desde su novela Las falsas lágrimas de la Gioconda” y que “Cuanto Dijo la Noche, dividido en cinco partes complementarias y abarcadoras, es otra presencia apasionada de María Juristo, sin temor y con valentía”. Con este título “la autora nos sitúa en el punto exacto de su poesía, el momento de la noche” -durante el cual parece haber compuesto-, nos presenta periodos de “cansancio y búsqueda, va acumulando decepciones, dolor,” y describe aquello que normalmente “nadie escucha en la oscuridad: la rueda del tiempo y de la vida”, pues “cuando uno lee sus páginas asiste a una realidad poética nutrida con la reflexión y con la libertad”. En efecto, “el texto literario tiene su código y una grandeza que aleja de la mediocridad habitual en la vida diaria”, advirtió.

            A pesar de esto, el periodista observó que “la presencia de un libro, por muy cuidada que sea, debe ser objeto de crítica literaria”; no obstante, consideró mejor dejarla para otro momento, de un lado, porque una presentación “es un acto social”, y no es el lugar apropiado para esa tarea y, de otro, porque “quien realmente conoce el alcance del libro es el propio autor, y lo de los demás son solo aproximaciones”. Finalmente aseguró que “María Juristo siempre nos va a tener en vilo, tanto si se trata de un libro de poemas, como una novela o una canción”, porque “por los escondidos rincones de su cerebro duermen los hijos de su fantasía”, esperando a ser despertados ya sea en papel o en una partitura.

A continuación, Jesús Jiménez Reinaldo, profesor y también poeta, antes de comentar lo más sobresaliente de la obra de Juristo, compartió con los asistentes el hecho de que “cuando coincidía con María en alguna presentación, me recordaba que habíamos publicado en una editorial común”. Se refería a la editorial Devenir, donde ambos divulgaron sendos poemarios, a saber, La mística del fracaso uno, Descifrando la nada la otra. Posteriormente nos enumeró los grandes temas que, consideraba, había en Cuanto Dijo la noche: “el paso del tiempo, la muerte, el ser amado, la pervivencia de las palabras”, a través de ellos presenta una “mirada desgarrada hacia la voz del mundo”. Además, advirtió que las secciones que lo dividen llevan por título “un sintagma preposicional con «de»”, por lo que “son un tema de aproximación”; y destacó algunos de los poemas, como “En mis tres muertes”, que consideró el más significativo de la primera parte llamada Del sudor de la misericordia; en la segunda parte Del amor que me captura descifró una “voz poética haciendo referencia a un tú” con el que compartió un ayer, y alguna referencia al bíblico Cantar de los cantares; distinguió especialmente los poemas “Vasija de barro”, por su belleza, y “Venecia”, por su indagación del significado de la existencia. Este es rasgo un característico de los versos de María Juristo, a los que llega el ejercicio metafísico de la meta-literatura, fundamentalmente presente en Del alba oscura, la tercera parte. Algunas referencias a la Guerra Civil encontramos en De Pecios, la cuarta parte y en la quinta, Del mar y los vientos, utiliza estos elementos “herederos de la tradición cristiana y de los clásicos, como toda una alegoría de un anhelo infinito”. En definitiva, en palabras de Jiménez Reinaldo, “la poesía de María Juristo, atemporal la mayoría de las veces, se presenta para hablar de la condición humana mediante unos versos descarnados a la par que hermosos”.

Entonces, José López Martínez dio paso a la intervención de la autora que, en primer lugar, dio las gracias por haber comparecido “esta tan tarde desapacible” entre otros a los “compañeros que entienden mi poesía y me han acompañado en estos momentos literariamente difíciles”; en efecto, allí se encontraban grandes poetas como Emilio Porta, Lola de la Serna e Hilario Martínez Nebreda. Un colaborador suyo leyó unas “palabras previas” escritas por ella y el poema “En el sudor de la misericordia”. Después María Juristo recitó “Cuando un suave resplandor”, “Pasos”, “De forma imprevista”, “Dies Irae, Dies Illa” (dedicado a Ángeles Yagüe, que murió en su casa en un incendio; según nos contó la escritora, tenía un problema físico que le impedía andar con normalidad), “Tú, el invisible”, “Pasaron los años”, “Venecia”, “Vasija de barro”, “Empápame”, “Trébol de Haykus”, “Dirás”, “Empozado dolor”(del cual nos contó, a pesar de que no le gusta explicar los poemas y de que cree que no se deberían explicar nunca, que habla de un dolor muy fuerte que sufrió), “Habito el espacio”, “Moldeé el fuego”, “Se agachó mi boca”, “Sólo en la luz”, “Estupor”, “Quisiera ser”, “Tahona, barras de tahona”, “De gris”, “Trombas” (esta parte del libro «Del Mar y de los vientos» tiene que ver con su primer contacto con el mar Atlántico que, en palabras de la autora, “es un océano, un abismo, experiencia que quise retratar”), “De profundis clamabit” (un canto de misericordia y amor a las gentes de las pateras) “Vagabundo”,  Paso mi lengua”, “La pulpa del agua” y, por último,  a modo de canción andaluza, “La Mar estaba sola”.

Tras haber finalizado su parte, José López Martínez, que actuaba en esta ocasión como moderador, afirmó fascinado: “¡Qué bien lee sus poemas María Juristo! Después de escucharla recitar nos parece el libro mucho mejor”, y para clausurar el acto nos refirió una anécdota acerca del último libro que presentó Luis Rosales en el Círculo de Bellas Artes: “un crítico del ABC hizo el comentario y cuando terminó, el autor le dijo: ʺno tuve en cuenta nada de lo que has dicho, pese a que has hecho un trabajo admirableʺ. Esperemos que María Juristo no haya pensado lo mismo a cerca de los nuestros”.

Os dejo este poema de muestra.
 
María Juristo



Conjuro

  
No pude hacerme invisible
en el rincón de las sombras
para amarte tras el pórtico
de tu corazón violeta
sin que supieras de mí.

Ni albergar este secreto
en algún cubil del tiempo,
o en la inverniza neblina
que se desnuda en el mar.

No pude ser de tu luz,
la prohibición hecha fruto
que una insolente varita
descubriese tras el velo
de los dioses peregrinos
cuando en copas enjoyadas
absorbían la ambrosía ardiente
de los astros.

Mi piel,
del color de la quimera,
no lograba disfrazarse,
ser la túnica embozada
que protegiese del mundo
mi pasión amanecida.
Ni que advirtieras
que a solas,
eras, en mis penumbras,
el tumulto de la noche
cabalgando en mi deseo.

Más hoy,
sé de un conjuro tallado
sobre la gema del lirio.
Yo, milenaria en voces
a orilla de las montañas,
invoqué a la luz
debajo de los secretos
y oí el rumor
de los jacintos.

Preguntó por mí
a los hombres que adivinan
antes de salir el sol
para irradiarme toda
y fui a su encuentro
en el fondo de un espejo
que me amaba.

Canté un solo traspasado
por exhalaciones puras,
rocé la cúpula sacra
sin que mi boca sangrase
junto a las ángeles ciegos,
pinté la tuya
lamiendo mi piel
aprendiz en la tiniebla.

Y así acaeció el prodigio:
La luz, en mí,
tomó mi cuerpo umbrío,
me hizo suelo, muro
espacio duplicado.
Me hizo tu sombra.

 
¡Qué paséis una buena Semana Santa! Hasta pronto.

Helena Suárez

 

domingo, 10 de marzo de 2013

Violeta no es una flor


Esta vez, como excepción que confirma la regla, dedicaré este espacio a hablar de una novela que se presentó hace poco. Se trata de Violeta, de David López Vizcaíno, que ha sido publicada en la colección Nostrum de Ediciones Vitruvio; una emotiva historia llena de ternura, de sabor a miel y a mora, de aroma a hierba recién cortada, de sonidos a veces suaves y otras, ensordecedores; que nos capacita para percibir paisajes e, incluso, representaciones pictóricas con los ojos de la mente.

 
            En el acto, Pablo Méndez nos recordó que tal día como aquel, un 22 de febrero, descubrieron que Antonio Machado había muerto; así que, desde ese rincón del Café Comercial que está dedicado a su memoria, quiso hacerle un pequeño homenaje al menos evocándole. Sobre la aparición de la primera novela de López Vizcaíno comentó que “salió hace unos meses, pero ahora se está empezando a mover con buenos resultados”. Nos explicó quién iba a ser el responsable de descubrirnos el mundo que integra esa obra, a saber, Tomás Perales, el novelista manchego creador de Hermanos por decreto y El legado de Dulcinea, entre otros libros.

Este nos confesó, a modo de anécdota, que en su infancia veía a los escritores como a extraterrestres. Pero “después de leer tantas páginas, es normal que uno se decide a escribir las suyas” y eso es en cierta medida lo que le ha pasado al autor de Violeta. Perales la definió como una “novela intimista, cotidiana, que te va llevando por todas las edades de la vida del protagonista”. Tampoco “olvida la maldad intrínseca al ser humano” lo cual refuerza la credibilidad de la historia. Reconoce el mérito del profesor López Vizcaíno al haber conseguido concluir su primera obra, porque “cuando yo empecé a escribir novela, la primera acabó en un cajón”.

Tras manifestar sus impresiones, el escritor manchego dio paso al verdadero protagonista del evento, que habló en estos términos de su editor: “Pablo es un temerario por aceptar publicar la novela de un principiante”, que se sonrió ante el comentario, conocedor de su calidad literaria. A continuación, comenzó a narrar cómo había sido el proceso de gestación de su criatura:

 El editor de la página web para la que escribe artículos de opinión, Miguel Ángel Olmedo Fornas, le animó para que escribiera algo de carácter literario, así que “en el verano de 2009 en Galicia empleé mi tiempo en escribir”. En cuanto a la temática, “tenía una idea previa pero, fiel a mi coherencia, escribí algo distinto”, que versaba esta vez sobre la relación entre un padre y su hijo y constaba tan solo de dos folios y medio, pero “a mi amigo le gustó y me forzó a que escribiera más”. Poco a poco fueron apareciendo más personajes: “el protagonista es masculino, pero la novela se llama Violeta, porque es la mujer que más le ha influido”; además, “yo quería que fuera una novela de amor, que incluyera distintos tipos”. Pero a toda historia de amor que se precie, “hay que ponerla a prueba”, porque al enfrentarla, por ejemplo, con los celos, “saca lo mejor y lo peor de cada uno”.

En cuanto a las influencias, afirmó no ser consciente de tenerlas, puesto que “dejé de leer cuando escribía para no contaminarme”; sin embargo “sí que me influyó el cine como producto artístico”. Si ya viene siendo habitual ver plasmadas en la gran pantalla algunas de las grandes obras de la literatura –otras, no tan grandes–, López Vizcaíno intentó lo contrario, es decir, llevar el cine a la literatura, de modo que por medio de la imaginación proyectó la novela en su particular monitor mental “y luego la escribí”.

No obstante, una vez que tuvo la idea de la trama que quería contar, pasarla al papel no fue sencillo; por ello, decidió realizar un eje cronológico. Pero “¡qué grande es un folio en blanco, cada vez era más grande!”. Como la Musa no le visitaba, y el papel aumentaba su tamaño a pasos agigantados, “lo rompí y lo convertí en una cuartilla”. Pero la inspiración se resistía a aparecer, así que solo le quedaba otra opción: “recurrir al trabajo”. De esta forma logró redactar ochenta páginas, que le dio a leer a su amigo Olmedo Fornas, pero era “el análisis de un profesional”; así que se lo pidió a otra persona para que le “diera el punto de vista de un lector”, pero le hizo la misma crítica.

Al respecto, Tomás Perales opinó que “lo mejor es no permitir que nadie lo lea, para que no te influya”. En cambio, nuestro autor, tras reflexionar sobre los elementos que podían faltar a su obra, decidió crear más personajes que encajaran con los existentes. Después de alcanzar las cien páginas, dejó reposar la novela y, cuando la releyó, encontró más errores; “los corregí, pero siempre quedan fallos”, advirtió. Este proceso le llevó año y medio aproximadamente. Sobre su concisión –tras la maquetación, la extensión del libro ha resultado en 156 páginas– aclaró que “la historia es la que es, y yo no he querido irme por las ramas. No necesito más espacio, ni quiero cansar ni despistar a nadie”. De hecho, él simplemente pretende que sea “una novela breve de fin de semana, pues quiero someter al lector a todas esas emociones en un corto espacio de tiempo”.

La ubiqué en Galicia y da a conocer costumbres de allí”, afirmó. Y esto es así de tal manera que que el autor no quiso situarla en ninguna provincia o población concreta, sino que la única localidad mencionada, a saber, Mindoño, donde ha nacido y crecido el personaje principal, es fruto de la imaginación del autor (basta una visita a Google Maps para comprobarlo). El resultado es un olor a sal y a marisco, música de gaita y muñeiras, y sabor a pulpo a feira, como trasfondo de todo lo que acontece.

Para continuar articulando su discurso, recordó algunas preguntas que le habían hecho desde que acabó el libro. Una de ellas fue la de que si se trataba de una obra autobiográfica; su respuesta fue que “mi vida no da para una novela”; sin embargo, sí que reconoció que “hay cosas sacadas de mi vida o de las que he sido testigo; y es que con la vida aprendes”, aseveró. Además “refleja mi carácter de dos maneras: en los personajes y en el estilo”. A priori sería fácil identificarlo con el personaje masculino, pero niega que esto sea verdad: “yo he desparramado mi carácter sobre todo por los personajes femeninos, porque las mujeres son muy importantes en Galicia”.

 
Otra cuestión fue la de si pensaba seguir escribiendo, y con rotundidad contestó que sí: “aunque puede ser muy frustrante, también es un bálsamo, una terapia, y no tengo mejores maneras de emplear el ocio”; cómicamente y para ir concluyendo la presentación declaró: “prefiero escribir a dedicar mi tiempo libre a meter un barquito en una botella de cristal”, bromeó. De hecho, nos adelantó que “ya hay una segunda novela que está en etapa de fermentación”. Sorprendido, Pablo Méndez apoyó esta decisión y aseguró que “hay que seguir escribiendo para escribir cada vez mejor” que es, en definitiva, “el ímpetu de todo escritor”.

Acabo mi entrada compartiendo un fragmento de la obra, que considero representativo, porque muestra su temática esencial y lo que posteriormente se va a ir desarrollando. Para contextualizar diré que en este momento el protagonista –cuyo nombre desconocemos– aún preadolescente, empieza a relacionarse con la que, con el tiempo, llegará a ser su gran amor. 


«Violeta y yo hablábamos del colegio, de lo que íbamos a hacer las próximas vacaciones, jugábamos a las cuatro en línea, a las damas, al ajedrez… Cuando Violeta supo que yo dibujé las etiquetas de los tarros de mermelada y de la caja de La tarta de la abuela me pidió ver mis dibujos y reconoció qué rincones de Mindoño había dibujado; me pidió verme dibujar y empecé a dibujar para ella; y sin que ella lo pidiese ni lo supiese hasta tiempo después empecé a retratarla, siempre bonita como era: de cara alargada, pómulos marcados, hoyuelos en las mejillas, barbilla redondeada, labios carnosos, dientes nacarados, simpáticas pequitas, melena ondulada de color rojo dorado y ojos violeta.»


                                                                                                                           Helena Suárez
                                                                                                            Directora de Poesía que viene