Esta vez, como excepción que
confirma la regla, dedicaré este espacio a hablar de una novela que se presentó
hace poco. Se trata de Violeta, de
David López Vizcaíno, que ha sido publicada en la colección Nostrum de
Ediciones Vitruvio; una emotiva historia llena de ternura, de sabor a miel y a
mora, de aroma a hierba recién cortada, de sonidos a veces suaves y otras,
ensordecedores; que nos capacita para percibir paisajes e, incluso,
representaciones pictóricas con los ojos de la mente.
En el acto, Pablo Méndez nos recordó que tal día como
aquel, un 22 de febrero, descubrieron que Antonio Machado había muerto; así
que, desde ese rincón del Café Comercial que está dedicado a su memoria, quiso
hacerle un pequeño homenaje al menos evocándole. Sobre la aparición de la
primera novela de López Vizcaíno comentó que “salió hace unos meses, pero ahora se está empezando a mover con buenos
resultados”. Nos explicó quién iba a ser el responsable de descubrirnos el
mundo que integra esa obra, a saber, Tomás Perales, el novelista manchego
creador de Hermanos por decreto y El legado de Dulcinea, entre otros
libros.
Este
nos confesó, a modo de anécdota, que en su infancia veía a los escritores como
a extraterrestres. Pero “después de leer
tantas páginas, es normal que uno se decide a escribir las suyas” y eso es
en cierta medida lo que le ha pasado al autor de Violeta. Perales la definió como una “novela intimista, cotidiana, que te va llevando por todas las edades de
la vida del protagonista”. Tampoco “olvida
la maldad intrínseca al ser humano” lo cual refuerza la credibilidad de la
historia. Reconoce el mérito del profesor López Vizcaíno al haber conseguido
concluir su primera obra, porque “cuando
yo empecé a escribir novela, la primera acabó en un cajón”.
Tras
manifestar sus impresiones, el escritor manchego dio paso al verdadero
protagonista del evento, que habló en estos términos de su editor: “Pablo es un temerario por aceptar publicar
la novela de un principiante”, que se sonrió ante el comentario, conocedor
de su calidad literaria. A continuación, comenzó a narrar cómo había sido el
proceso de gestación de su criatura:
El editor de la página web para
la que escribe artículos de opinión, Miguel Ángel Olmedo Fornas, le animó para
que escribiera algo de carácter literario, así que “en el verano de 2009 en Galicia empleé mi tiempo en escribir”. En
cuanto a la temática, “tenía una idea
previa pero, fiel a mi coherencia, escribí algo distinto”, que versaba esta
vez sobre la relación entre un padre y su hijo y constaba tan solo de dos
folios y medio, pero “a mi amigo le gustó
y me forzó a que escribiera más”. Poco a poco fueron apareciendo más
personajes: “el protagonista es
masculino, pero la novela se llama Violeta, porque es la mujer que más le ha influido”; además, “yo quería que fuera una novela de amor, que
incluyera distintos tipos”. Pero a toda historia de amor que se precie, “hay que ponerla a prueba”, porque al
enfrentarla, por ejemplo, con los celos, “saca
lo mejor y lo peor de cada uno”.
En cuanto a las influencias, afirmó no ser consciente de tenerlas,
puesto que “dejé de leer cuando escribía
para no contaminarme”; sin embargo “sí
que me influyó el cine como producto artístico”. Si ya viene siendo
habitual ver plasmadas en la gran pantalla algunas de las grandes obras de la
literatura –otras, no tan grandes–, López Vizcaíno intentó lo contrario, es
decir, llevar el cine a la literatura, de modo que por medio de la imaginación
proyectó la novela en su particular monitor mental “y luego la escribí”.
No
obstante, una vez que tuvo la idea de la trama que quería contar, pasarla al
papel no fue sencillo; por ello, decidió realizar un eje cronológico. Pero “¡qué grande es un folio en blanco, cada vez
era más grande!”. Como la Musa no le visitaba, y el papel aumentaba su
tamaño a pasos agigantados, “lo rompí y
lo convertí en una cuartilla”. Pero la inspiración se resistía a aparecer,
así que solo le quedaba otra opción: “recurrir
al trabajo”. De esta forma logró redactar ochenta páginas, que le dio a
leer a su amigo Olmedo Fornas, pero era “el
análisis de un profesional”; así que se lo pidió a otra persona para que le
“diera el punto de vista de un lector”,
pero le hizo la misma crítica.
Al respecto, Tomás Perales opinó que “lo mejor es no permitir que nadie lo lea, para que no te influya”.
En cambio, nuestro autor, tras reflexionar sobre los elementos que podían
faltar a su obra, decidió crear más personajes que encajaran con los
existentes. Después de alcanzar las cien páginas, dejó reposar la novela y,
cuando la releyó, encontró más errores; “los
corregí, pero siempre quedan fallos”, advirtió. Este proceso le llevó año y
medio aproximadamente. Sobre su concisión –tras la maquetación, la extensión
del libro ha resultado en 156 páginas– aclaró que “la historia es la que es, y yo no he querido irme por las ramas. No
necesito más espacio, ni quiero cansar ni despistar a nadie”. De hecho, él
simplemente pretende que sea “una novela breve de fin de semana, pues quiero
someter al lector a todas esas emociones en un corto espacio de tiempo”.
“La ubiqué en Galicia y da a
conocer costumbres de allí”, afirmó. Y esto es así de tal manera que que el
autor no quiso situarla en ninguna provincia o población concreta, sino que la
única localidad mencionada, a saber, Mindoño, donde ha nacido y crecido el
personaje principal, es fruto de la imaginación del autor (basta una visita a
Google Maps para comprobarlo). El resultado es un olor a sal y a marisco,
música de gaita y muñeiras, y sabor a pulpo a
feira, como trasfondo de todo lo que acontece.
Para continuar articulando su discurso, recordó algunas preguntas que le
habían hecho desde que acabó el libro. Una de ellas fue la de que si se trataba
de una obra autobiográfica; su respuesta fue que “mi vida no da para una novela”; sin embargo, sí que reconoció que “hay cosas sacadas de mi vida o de las que he
sido testigo; y es que con la vida aprendes”, aseveró. Además “refleja mi carácter de dos maneras: en los
personajes y en el estilo”. A priori sería fácil identificarlo con el
personaje masculino, pero niega que esto sea verdad: “yo he desparramado mi carácter sobre todo por los personajes femeninos,
porque las mujeres son muy importantes en Galicia”.
Otra cuestión fue la de si pensaba seguir escribiendo, y con rotundidad
contestó que sí: “aunque puede ser muy
frustrante, también es un bálsamo, una terapia, y no tengo mejores maneras de
emplear el ocio”; cómicamente y para ir concluyendo la presentación
declaró: “prefiero escribir a dedicar mi
tiempo libre a meter un barquito en una botella de cristal”, bromeó. De
hecho, nos adelantó que “ya hay una
segunda novela que está en etapa de fermentación”. Sorprendido, Pablo
Méndez apoyó esta decisión y aseguró que “hay
que seguir escribiendo para escribir cada vez mejor” que es, en definitiva,
“el ímpetu de todo escritor”.
Acabo mi entrada compartiendo un fragmento de la obra, que considero
representativo, porque muestra su temática esencial y lo que posteriormente se
va a ir desarrollando. Para contextualizar diré que en este momento el
protagonista –cuyo nombre desconocemos– aún preadolescente, empieza a
relacionarse con la que, con el tiempo, llegará a ser su gran amor.
«Violeta y yo hablábamos del colegio, de lo
que íbamos a hacer las próximas vacaciones, jugábamos a las cuatro en línea, a
las damas, al ajedrez… Cuando Violeta supo que yo dibujé las etiquetas de los
tarros de mermelada y de la caja de La tarta de la abuela me pidió ver mis dibujos y reconoció qué
rincones de Mindoño había dibujado; me pidió verme dibujar y empecé a dibujar
para ella; y sin que ella lo pidiese ni lo supiese hasta tiempo después empecé
a retratarla, siempre bonita como era: de cara alargada, pómulos marcados,
hoyuelos en las mejillas, barbilla redondeada, labios carnosos, dientes
nacarados, simpáticas pequitas, melena ondulada de color rojo dorado y ojos
violeta.»
Helena Suárez
Directora de Poesía que viene
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