domingo, 10 de marzo de 2013

Violeta no es una flor


Esta vez, como excepción que confirma la regla, dedicaré este espacio a hablar de una novela que se presentó hace poco. Se trata de Violeta, de David López Vizcaíno, que ha sido publicada en la colección Nostrum de Ediciones Vitruvio; una emotiva historia llena de ternura, de sabor a miel y a mora, de aroma a hierba recién cortada, de sonidos a veces suaves y otras, ensordecedores; que nos capacita para percibir paisajes e, incluso, representaciones pictóricas con los ojos de la mente.

 
            En el acto, Pablo Méndez nos recordó que tal día como aquel, un 22 de febrero, descubrieron que Antonio Machado había muerto; así que, desde ese rincón del Café Comercial que está dedicado a su memoria, quiso hacerle un pequeño homenaje al menos evocándole. Sobre la aparición de la primera novela de López Vizcaíno comentó que “salió hace unos meses, pero ahora se está empezando a mover con buenos resultados”. Nos explicó quién iba a ser el responsable de descubrirnos el mundo que integra esa obra, a saber, Tomás Perales, el novelista manchego creador de Hermanos por decreto y El legado de Dulcinea, entre otros libros.

Este nos confesó, a modo de anécdota, que en su infancia veía a los escritores como a extraterrestres. Pero “después de leer tantas páginas, es normal que uno se decide a escribir las suyas” y eso es en cierta medida lo que le ha pasado al autor de Violeta. Perales la definió como una “novela intimista, cotidiana, que te va llevando por todas las edades de la vida del protagonista”. Tampoco “olvida la maldad intrínseca al ser humano” lo cual refuerza la credibilidad de la historia. Reconoce el mérito del profesor López Vizcaíno al haber conseguido concluir su primera obra, porque “cuando yo empecé a escribir novela, la primera acabó en un cajón”.

Tras manifestar sus impresiones, el escritor manchego dio paso al verdadero protagonista del evento, que habló en estos términos de su editor: “Pablo es un temerario por aceptar publicar la novela de un principiante”, que se sonrió ante el comentario, conocedor de su calidad literaria. A continuación, comenzó a narrar cómo había sido el proceso de gestación de su criatura:

 El editor de la página web para la que escribe artículos de opinión, Miguel Ángel Olmedo Fornas, le animó para que escribiera algo de carácter literario, así que “en el verano de 2009 en Galicia empleé mi tiempo en escribir”. En cuanto a la temática, “tenía una idea previa pero, fiel a mi coherencia, escribí algo distinto”, que versaba esta vez sobre la relación entre un padre y su hijo y constaba tan solo de dos folios y medio, pero “a mi amigo le gustó y me forzó a que escribiera más”. Poco a poco fueron apareciendo más personajes: “el protagonista es masculino, pero la novela se llama Violeta, porque es la mujer que más le ha influido”; además, “yo quería que fuera una novela de amor, que incluyera distintos tipos”. Pero a toda historia de amor que se precie, “hay que ponerla a prueba”, porque al enfrentarla, por ejemplo, con los celos, “saca lo mejor y lo peor de cada uno”.

En cuanto a las influencias, afirmó no ser consciente de tenerlas, puesto que “dejé de leer cuando escribía para no contaminarme”; sin embargo “sí que me influyó el cine como producto artístico”. Si ya viene siendo habitual ver plasmadas en la gran pantalla algunas de las grandes obras de la literatura –otras, no tan grandes–, López Vizcaíno intentó lo contrario, es decir, llevar el cine a la literatura, de modo que por medio de la imaginación proyectó la novela en su particular monitor mental “y luego la escribí”.

No obstante, una vez que tuvo la idea de la trama que quería contar, pasarla al papel no fue sencillo; por ello, decidió realizar un eje cronológico. Pero “¡qué grande es un folio en blanco, cada vez era más grande!”. Como la Musa no le visitaba, y el papel aumentaba su tamaño a pasos agigantados, “lo rompí y lo convertí en una cuartilla”. Pero la inspiración se resistía a aparecer, así que solo le quedaba otra opción: “recurrir al trabajo”. De esta forma logró redactar ochenta páginas, que le dio a leer a su amigo Olmedo Fornas, pero era “el análisis de un profesional”; así que se lo pidió a otra persona para que le “diera el punto de vista de un lector”, pero le hizo la misma crítica.

Al respecto, Tomás Perales opinó que “lo mejor es no permitir que nadie lo lea, para que no te influya”. En cambio, nuestro autor, tras reflexionar sobre los elementos que podían faltar a su obra, decidió crear más personajes que encajaran con los existentes. Después de alcanzar las cien páginas, dejó reposar la novela y, cuando la releyó, encontró más errores; “los corregí, pero siempre quedan fallos”, advirtió. Este proceso le llevó año y medio aproximadamente. Sobre su concisión –tras la maquetación, la extensión del libro ha resultado en 156 páginas– aclaró que “la historia es la que es, y yo no he querido irme por las ramas. No necesito más espacio, ni quiero cansar ni despistar a nadie”. De hecho, él simplemente pretende que sea “una novela breve de fin de semana, pues quiero someter al lector a todas esas emociones en un corto espacio de tiempo”.

La ubiqué en Galicia y da a conocer costumbres de allí”, afirmó. Y esto es así de tal manera que que el autor no quiso situarla en ninguna provincia o población concreta, sino que la única localidad mencionada, a saber, Mindoño, donde ha nacido y crecido el personaje principal, es fruto de la imaginación del autor (basta una visita a Google Maps para comprobarlo). El resultado es un olor a sal y a marisco, música de gaita y muñeiras, y sabor a pulpo a feira, como trasfondo de todo lo que acontece.

Para continuar articulando su discurso, recordó algunas preguntas que le habían hecho desde que acabó el libro. Una de ellas fue la de que si se trataba de una obra autobiográfica; su respuesta fue que “mi vida no da para una novela”; sin embargo, sí que reconoció que “hay cosas sacadas de mi vida o de las que he sido testigo; y es que con la vida aprendes”, aseveró. Además “refleja mi carácter de dos maneras: en los personajes y en el estilo”. A priori sería fácil identificarlo con el personaje masculino, pero niega que esto sea verdad: “yo he desparramado mi carácter sobre todo por los personajes femeninos, porque las mujeres son muy importantes en Galicia”.

 
Otra cuestión fue la de si pensaba seguir escribiendo, y con rotundidad contestó que sí: “aunque puede ser muy frustrante, también es un bálsamo, una terapia, y no tengo mejores maneras de emplear el ocio”; cómicamente y para ir concluyendo la presentación declaró: “prefiero escribir a dedicar mi tiempo libre a meter un barquito en una botella de cristal”, bromeó. De hecho, nos adelantó que “ya hay una segunda novela que está en etapa de fermentación”. Sorprendido, Pablo Méndez apoyó esta decisión y aseguró que “hay que seguir escribiendo para escribir cada vez mejor” que es, en definitiva, “el ímpetu de todo escritor”.

Acabo mi entrada compartiendo un fragmento de la obra, que considero representativo, porque muestra su temática esencial y lo que posteriormente se va a ir desarrollando. Para contextualizar diré que en este momento el protagonista –cuyo nombre desconocemos– aún preadolescente, empieza a relacionarse con la que, con el tiempo, llegará a ser su gran amor. 


«Violeta y yo hablábamos del colegio, de lo que íbamos a hacer las próximas vacaciones, jugábamos a las cuatro en línea, a las damas, al ajedrez… Cuando Violeta supo que yo dibujé las etiquetas de los tarros de mermelada y de la caja de La tarta de la abuela me pidió ver mis dibujos y reconoció qué rincones de Mindoño había dibujado; me pidió verme dibujar y empecé a dibujar para ella; y sin que ella lo pidiese ni lo supiese hasta tiempo después empecé a retratarla, siempre bonita como era: de cara alargada, pómulos marcados, hoyuelos en las mejillas, barbilla redondeada, labios carnosos, dientes nacarados, simpáticas pequitas, melena ondulada de color rojo dorado y ojos violeta.»


                                                                                                                           Helena Suárez
                                                                                                            Directora de Poesía que viene

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